miércoles, 11 de julio de 2007

Fedón. La muerte del filósofo.


La muerte es el comienzo
de la inmortalidad.
-Maximilian Robespierre-

Critón: debemos un gallo a Asclepio,
no te olvides de pagar esta deuda.
-Sócrates en Fedón, de Platón-


El Fedón es un diálogo acaecido el día cuyo anochecer el Maestro no vería ya –al menos no en esta vida– pues momentos antes debería beber la cicuta.

El diálogo es la respuesta a la solicitud de Equécrates hacia Fedón, quien presenció la muerte de Sócrates y, por lo tanto, narra detalladamente la sucesión de actos hasta la muerte del Hombre Ético.

Platón nos presenta aquí las ideas principales acerca de la inmortalidad del alma, de su concepción del cuerpo, del objetivo único del hombre que se aproxima a la ciencia.

¿Cuál es la relación del filósofo con aquello que le ocupa su tiempo, la vida, y con aquel misterio que ha de delucidar: la muerte? Eso, la muerte.

¿Qué clase de hombre busca afanosamente la muerte?

El deber por el deber mismo. ¡Por supuesto! Nada Hay nuevo bajo el sol, pero como muchos no entendemos sino literamente, pensamos que lo nuevo es lo que nace, no lo que renace.

Sócrates se encontraba a punto de hacer lo que debía hacer, morir. Rodeado de sus amigos, compartiendo una charla que seguramente será de harta sabiduría y resolución de dudas no cuestionadas aunque existentes.

El Maestro, hasta el final, siempre, haciendo lo que mejor hace, enseña, acompaña. Pero no como los hombres que solo buscaban fama y gloria, él demuestra sus enseñanzas en la práctica, y no tiembla un segundo en morir por su ideología.

Sócrates afirma que el alma está prisionera, sujeta, acorralada: el cuerpo es la cárcel del cuerpo. Por lo tanto, la muerte es una liberación sin lugar a dudas. Los hombres son posesión de los dioses, los dioses cuidan de los hombres. ¿Por qué temer a tan noble acontecer?

La cárcel –o tumba– del alma es imperfecta, pues se encuentra en el mundo sensible, está limitada de sus posiblidades. En cambio, el alma tiene un transcurso infinito, y la separación de la dualidad alma-cuerpo es la perfección en si misma, no hay más límites que su llegada al Hades.

Esa alma acompaña al hombre durante su vida sensible, le guía y , por lo tanto, se convierte en un “demonio” particular que sigue como sombra al cuerpo. Es por este cargo que Sócrates es enjuiciado, pues admitía nuevos dioses, contradiciendo al otro cargo, de ateísmo. Sócrates se mentiene firme por siempre.

Lo peor que el hombre puede tener o sufrir no es sino el cuerpo. La peor de las penurias que impide la realización del hombre como ser perfecto.

Acabar con los placeres. Acabar con ellos. Eso nececita todo hombre para poder encontrar lo que de suyo es necesario, la perfección. Nos presenta al cuerpo como un estorbo, que en el momento en el que nos libramos de él, somos lo que en verdad es mejor. No tan solo hay que ser moderado con los placeres, ¡necesario es eliminarlos de nuestra habencia!

El filósofo debe alejarse de toda demanda de su cuerpo, pues si no lo hace, se verá amenazado por la imperfección, por la impureza, por la irracionalidad.

Aquel insensato que se deja llevar por la carga sensible, ha de permanecer en el fango del Hades, esperando la oportunidad de una reencarnación, para poder completar el período de purificación filosófica; mientras que los otros, los iniciados en el Bien, han de permanecer en el Hades al lado de los benevolentes dioses, que compartirán con ellos después de haber trabajado tanto en la valoración de lo mejor: el ser incorpóreo.

Sócrates permanece fuerte, firme en su convicción y demuestra con su muerte la fortaleza de la verdadera filosofía, e intenta mostrar –creo que lo logra– la prevalencia del alma inmortal sobre la muerte.

No condena la muerte sino que la defiende. La muerte es un paso solamente, un tiempo, un instante, una separación que –dependiendo de nuestro período de purificación– nos hará llegar con los dioses, o permanecer siempre en estas cárceles.

Sócrates, el Hombre Ético, el Maestro Práctico nos demuestra la validez de su doctrina, que no se trata de una charlatanería, sino una verdadera forma de vida, de vida que te prepara siempre para la muerte, lejos de la cual el alma perecería al encontrarse siempre encadenada a esta tumba que no le hace florecer sino que la hunde en su irracionalidad.

El ofrecer un gallo a Asclepio es sumamente interesante. La vida es una enfermedad que no puede ser curada sino por la intercesión de lo divino. Los dioses guian la certeza viva de Sócrates y le permiten conducirse por el sendero de la filosofía.

Sócrates, el hombre que decía reconocer su ignorancia, considero que se dijo más que sabio a la hora de su muerte. Debía un gallo a Asclepio, moriría, pero no renacería, porque la vida es una enfermedad, y si renaciera, no estaría curado. Solo los que han alcanzado la perfección tienen derecho a no regresar. Sócrates era perfecto. Sería un ser perfecto. Un ser con el Ser.